En un delirante y delicioso capítulo de su libro “Siguiendo mi camino” que Mauricio Wiesenthal dedica a la artista Lili Marlen, el autor hace un curioso paralelismo entre el azúcar y las sociedades violentas. Dice que “La cultura del Renacimiento utilizó sin empalago, las palabras dulce, bello, amor y piedad, mientras que en Estados Unidos en la actualidad mantiene la seducción del azúcar en la alimentación, pero elimina la “dulzura” en el léxico y la condena en el reglamento de estilo de nuestra sociedad como ocurrió en el léxico de todas las épocas violentas”.
Y sigue Wiesenthal: “Me gustaría advertir a estos modernos bebedores de ginebra, vodka y whisky que el alcohol tiene sabor dulce, aunque los destilados sean secos. Estos apóstoles del amargor y la rudeza se equivocan en las percepciones de su paladar cuando desprecian el dulce y presumen de vivir en crudo y en seco”.
Y esto me lleva a recordar las colaboraciones que tuve el gusto de hacer durante al menos tres años para la revista Playboy sustituyendo a mi amigo el periodista barcelonés Andreu Parra cuando nos dejó durante el verano de 2003. Y concretamente un reportaje que con motivo de la aparición en el mercado del vino blanco Gewurztraminer de la bodega del Somontano aragonés Viñas del Vero, me encargó Playboy. Lo titulé: “El blanco que toman las mujeres y los hombres en secreto”. Y efectivamente así era. Su abanico aromático amplio y exuberante, lleno de matices amielados y florales, su untuosidad y el tono aterciopelado con sus elegantes aromas de rosas y especias, que desembocan en un final sedoso y envolvente hacían las delicias de muchos paladares femeninos que lo solicitaban, como debe ser, sin ningún complejo en tiendas y restaurantes. Los hombres insistían con sus tintos mediterráneos, con casta y a veces, con cierta fiereza y algo rudos. Pero en las cenas y en las comidas privadas sí que solicitaban ese blanco de nombre impronunciable “que está muy rico, oye”
Y así se escribe la historia. Algunos nombran mal lo que gustan y lo que sienten, actitud que conduce siempre a la confusión del alma.