Luz Marina Vélez Jiménez
¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido.
Borges
Mediante la fracturación de piedras los homínidos crearon herramientas para cortar, partir, sujetar y dividir; sus dones de homo habilis no solo modificaron su época, también inciden hoy en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Como dicen Burke y Ornstein cuando utilizamos el primer don de los fabricantes de hachas para cortar carne o las ramas de un árbol para alcanzar sus frutos, cambiamos nuestro futuro.
Lo anterior supone que, desde el conocimiento de la naturaleza y la capacidad creativa, cada sociedad instala sus formas de interacción. En esta medida, las herramientas y sus códigos de usohacen parte de unaevolución histórica que modela, entre otras realidades, la de la mesa.
La mesa es una escenografía de la etiqueta culinaria;un lugar de la acción conjugada deprocesos, estéticas y celebraciones de las modificaciones impuestas a la materia;un espacio efímero que deja huella.Independientemente de la época y de la comida que en aquella se sirva,allí convergenencanto y entusiasmo, instintos e instituciones, relaciones e impresiones, códigos y objetos.
Los cubiertos, objetos de la mesa, plantean una respuesta social a un problema especial frente a las formas de comer ligado al concepto de elegancia, canalizan una tendencia individual y ostentan un sello de aprobación conjunta.
Pese a que el tenedor ―herramienta con forma de horca:mango con dos o más púas―fue utilizado en Grecia y Roma como un arma, su biografía como cubierto de mesa nace con una historia de contacto culturalduranteel siglo XIcuando una princesa griega, de costumbres bizantinas, llevóen su viaje nupcial a Venecia unas pequeñas horcas bidentes de oropara llevarse lacomidacaliente o resbaladiza a la boca. Esta situacióndesató escándalo entre los eclesiásticosvenecianosde la época, quienes catalogaron la herramienta como uninstrumentum diaboli, pues su uso desvirtuaba la función que había dado Dios a los dedos.
Entre prohibiciones populares por afeminado e inmoral y exigencias de uso ―deshuesar, despiezar, escalopar y trinchar―en la realeza, la nobleza y la burguesíade Occidente, el tenedor―que con su función desujeciónevita machacar y destrozar carnes, ensaladas y postres―ha revolucionado elprotocoloy el arte de la buena mesa, a tal puntoque su número, en orden descendente de cinco a uno en el comedor de un restaurante, indica categorías de lujo, de primera, segunda, tercera y cuarta clase.
Si es verdad que a partir de las ideas de los objetos creamos el presente, imaginamos el futuro y resignificamos el pasado, el tenedorsería,en esta probabilidad,la virtualización de los dedos, el futuro de las primeras herramientas de piedra.