Luz Marina Vélez Jiménez
Comer solos es muy amargo
pero no comer es profundo.
PabloNeruda
Comer es un misterio que tiene que ver con la generación y la degeneración de la vida; es el inicio de un proceso de reducción que tritura los alimentos hasta niveles moleculares.
Comer supone llevar a la boca, llenarla, masticar y tragar; recordar y olvidar; configura una tensión entre el sistema gustativo del devorador omnívoro y el sistema culinario que le enseña sobre el fastidium (repugnancia), el taedium (hastío), el appetitus (deseo) y el sapere (sabor).
Comer hace parte de un complejo neurológico que regula los impulsos de hambre y saciedad. Si a un animal hambriento se le estimula el centro de la saciedad, rechaza cualquier alimento; en cambio, si a un animal saciado se le estimula el centro del hambre, comerá como si tuviese hambre. La destrucción del centro del hambre conduce al animal a la muerte por inanición, y la del sistema de saciedad a ingerir alimentos incansablemente.
El hambre y la saciedad, o el apetito que regula su relación, como dice Le Breton, nunca son fisiología pura. La sensación de hambre es una pantalla donde se proyecta el apetito de vivir.
El espectro del comer va de las emociones a los campos de energía y de los carbohidratos, aminoácidos, lípidos y minerales a las formas y colores. Comer es vía para la homeostasis química y la estimulación nerviosa, un laberinto para pautar los alimentos y dramatizar la vida.
Ante el deseo de inmortalidad emergen el desayuno (romper el ayuno), el almuerzo (echar un bocado), el yantar (comer al mediodía), la merienda (comer a media tarde), la cena (última comida del día), el redescubrimiento de los alimentos sanos, el temor a la ageustia(pérdida del gusto) y la concepción de que el sabor es un valor afectivo.
El resultado del comer es un biomarcador que traza, según los consumos, la nutrición y la longevidad: un dato constatable en algo tan ajeno a la realidad popular como una tabla de requerimientos de minerales que subraya los altos niveles de cobre y zinc de las dietas ricas en carnes; de magnesio y estroncio de las vegetarianas; de cobre, zinc y estroncio de las de origen marino; y de todos los elementos, en aquellas basadas en cereales.
Comer es agredir, introducir en el cuerpo la naturaleza y el proceso de lo que se come, y correlacionar, según Paracelso (siglo XVI), las unidades funcionales de un organismo y las características de algunos minerales. Dando sentido al proverbio de “somos lo que comemos”, asoció la plata al cerebro, el oro al corazón, el cobre a los riñones y el mercurio a los pulmones.
Tener hambre y comer no son paralelas, como tampoco lo son ingerir minerales y ser mineral.